|
|
|
Gary Cooper duerme en el metro
Nunca creímos que él pudiera encarnar la derrota y la humillación
Nos llega la lacerante noticia de que un grupo de desheredados, un puñado de
mendigos duerme en la estación del metro madrileño de Tirso de Molina, según favor de la
empresa, que ha decidido no cerrar por la noche esa puerta, a fin de que los parias puedan
hallar cobijo durante las duras jornadas invernales frente a la inclemencia del tiempo.
Esos hombres y mujeres sin techo ni pertenencias, salvo una bolsa y unos cartones sobre los
que se tumban para dormir, no hallan resguardo alguno frente a otra inclemencia mucho peor: la indiferencia, la
insolidaridad de una sociedad por completo egoísta. Pero lo hiriente y triste de la noticia se torna sorpresa
y anonadamiento cuando nos enteramos de que entre esos pobres absolutos se halla el hijo de un importante
distribuidor de películas, el sobrino de un concejal del Ayuntamiento madrileño y, sobre todo, Gary
Cooper. Tal como oyen, o mejor dicho, tal como lo leen. El actor anónimo y sin rostro que ha doblado al
castellano todas las películas del gran Gary Cooper es uno de esos desahuciados. Por tanto,
para los españoles, el larguirucho, bondadoso, digno, elegante y carismático actor de Hollywood duerme en el
metro, pues su voz es la de ese desheredado y todos estaremos de acuerdo en que lo fundamental de
una persona y más aún de un actor es la voz, las palabras, expresión fundamental de la mente y del
espíritu, o sea, de la personalidad.
¿Qué ha llevado a nuestro Gary Cooper a tan mísera condición? Siempre le habíamos admirado como sheriff que
avanza solo, completamente solo, ante el peligro, en una ciudad aterrorizada por unos
malhechores y nos poníamos a su lado, deseábamos avanzar junto a él para acabar con los facinerosos.
Le habíamos visto como guerrillero en nuestra Guerra Civil, luchando en el
bando republicano y agradecimos su idealismo. Nos habíamos inquietado por el científico limpio y cándido
enzarzado en las artimañas de una mala mujer en Bola de fuego. Y nos había emocionado
su horror a la guerra, pero luego, una vez en el combate, su extraordinario heroísmo y cumplimiento del deber como Sargento
York. Sin embargo, nunca creímos que pudiera encarnar la derrota, el fracaso y
la humillación. Los sueños no tienen nada que ver con la dura y sucia realidad. La fascinante fábrica
de hermosas mentiras que siempre fue Hollywood tenía que mostrar más pronto o más tarde el envés de la moneda.
No acaba aquí la cosa. Ese hombre del metro de Madrid, ese actor sin nombre ni semblante, sólo voz,
pone también ésta al servicio de un anuncio televisivo de un Banco, en el que se nos promete
rentabilidad y se nos auguran seguridad y bienestar si invertimos nuestro dinero en determinadas operaciones
bursátiles. Semeja un sarcasmo de la vida que quien declare tantas ventajas a través de
la pequeña pantalla no disponga de rentas, ni seguridad ni bienestar alguno. También los anuncios, sobre todo
los de la televisión, suelen ser engañosos. Por culpa de ese durmiente en el metro se han
roto nuestros sueños y se han quebrado nuestras esperanzas. Ya no podemos creer en nada.
¿No podemos creer? Esta fue mi primera reacción ante la dolorosa y estremecedora noticia.
Sin embargo, en seguida reaccioné y pensé que, gracias a ese mendigo, ahora podemos creer más
que nunca en Gary Cooper y en lo que éste significa. El mendigo, según confesión propia, ha llegado a
tal situación por culpa de la desenfrenada pasión por el juego. Un ludópata. Pero ese hombre y
esa formidable voz, ese gran profesional del doblaje, se levanta todas las mañanas del helado suelo del metro
madrileño y acude a su trabajo. También ahora avanza solo, completamente solo, en medio de la gente
y del tráfico de la gran ciudad y no va en busca de unos malhechores, sino en cumplimiento de su deber.
Y no hay cámaras que le enfoquen, ni público que le aplauda en los cines del mundo entero. Tampoco ningún Banco le
da seguridad contra su pasión destructora por el juego. Es más héroe, más guerrillero, más sabio, más
valiente que en la grande y en la pequeña pantalla. Gary Cooper sigue siendo Gary Cooper. No
nos ha defraudado.
Esa notable voz que duerme en el metro nos ha salvado una vez más. Nos
ha demostrado que el mundo y la vida están llenos de héroes anónimos y supremos. Nos ha
demostrado que el ser humano puede ser vencido por un sinfín de causas y, sobre todo, por
sus propias pasiones y vicios. Pero los sueños siguen siendo verdad. Gracias, Gary Cooper
del metro de Madrid.
|
|